El papel fue inventado en China en los inicios de la era cristiana. A mediados del siglo VII, atravesó la península coreana y se difundió en Japón. Las características del papel japonés tradicional son su flexibilidad y su gran resistencia.
El papel que se desarrolló en China y en todo Occidente era producido con la técnica tamezuki: en ella, se mueve el sukisu (pantalla de bambú usada para filtrar la mezcla de agua y fibras vegetales) en sentido vertical, lo que da como resultado fibras cortas, suaves y compactas.
En la producción del papel japonés washi, por su parte, se mezcla la materia prima con un elemento viscoso también extraído de plantas, y se mueve la tela en sentido horizontal haciendo escurrir el material repetidas veces. Esto permite que las fibras vegetales mantengan su longitud, entrelazadas de manera estrecha para formar un papel muy resistente. Este papel, que ha evolucionado haciéndose más fino y resistente, ha sido usado, no solamente para la transcripción de textos de caligrafía, sino que también fue utilizado como material arquitectónico, en los shoji y fusuma (paneles divisorios y puertas corredizas), y en utensilios de uso cotidiano como paraguas, andon (lámparas) e incluso en vestimenta.
Con la llegada a Japón de papeles manufacturados de origen occidental en la era Meiji, el papel artesanal hecho de la forma tradicional japonesa pasó a ser llamado washi para diferenciarlo del producido industrialmente.